Noviembre engendró un monstruo

Desastres naturales, desastres humanos que contribuyen a que el mundo en el que crecí y viví se vaya extinguiendo

Barro seco en Alfafar

La playa. Ayer el agua del mar estaba manchada de un color terroso. A lo largo de la orilla todo tipo de objetos se amontonan bajo el sol. Desde hace un par de días, el silencio benefactor de El Saler ha adquirido un nuevo significado. Ese vacío contiene lo que no soy capaz de imaginar. El 29 de octubre, el cielo dejó caer lluvias torrenciales dignas del Antiguo Testamento. Las víctimas, como suele ser habitual en los castigos divinos, fueron los inocentes y los desprevenidos. En mi zona no ha ocurrido nada, le explico a las amistades que me escriben desde otras ciudades, pero los pueblos de alrededor están arrasados, puntualizo a esas mismas amistades. Las cañas, las maderas, los objetos inverosímiles que se acumulan en la orilla relatan lo sucedido. Escribo mensajes a los amigos que tengo en los pueblos afectados, incluso logro hablar con alguno de ellos. Ahora brilla el sol.