Día 12. El Senyor Sellés
El fuego arrasó mi bosque favorito de la misma manera que el paso del tiempo arrasa con las personas
El Senyor Sellés era mi amigo, mi confidente y a veces también mi instructor. Hace cuatro años que nos dijo adiós, hasta nunca. Dónde habrán ido a parar los libros, los discos, los cuadros que había en su casa; qué habrá pasado con todo eso, quién se habrá hecho cargo. Si las personas que viven solas mueren, los objetos que les hacían compañía se van a un limbo. Aunque sigan hablando, ya nadie escucha lo que nos querían contar. Pasan a ser trastos, basura.
Yo solía hablar con el Senyor Sellés de la playa que hay cerca del Casal d’Esplai. Hablábamos de lo que era sentirse a merced de la calma que traen consigo el agua y la arena, contemplar el paisaje sin apenas gente alrededor, sin más ropa que la piel. “Y también es muy cierto que en esa playa los sentidos están mucho más alerta –me dijo en cierto momento- y la capacidad de comprensión se amplía y determinados mensajes se asimilan sin esfuerzo alguno. Sentarse frente a la orilla sabiendo que alrededor no hay nadie te hace sentir libre, tan anónimo como cuando transitas por las calles de Nueva York. Hay que estar solo para poder sentir todo eso. Aguardando la súbita irrupción de lo inesperado. Siempre cabe la posibilidad de que aparezca un desconocido”. Le pedí que escribiera aquellas frases y las utilicé en uno de mis libros. Al leerlas escucho su voz grave mientras imagino su espíritu vagando por esos parajes. La ficción es una fórmula infalible para alcanzar la inmortalidad. No me preocupa la mía, me preocupa la de quienes son imprescindibles para mí.
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